Hace casi una década dentro de un extenso recorrido por Anatolia (Turquía) tuve la excepcional oportunidad de conocer Nemrud Dagi, un monte de 2.150 metros de altura en cuya cima se alza un subyugante complejo arqueológico.
De su existencia reconozco no haber sabido algo hasta que comencé a planificar este viaje. Sí me resultaba difusamente familiar el nombre del pequeño y olvidado reino de Comagene ubicado en el curso superior del río Éufrates en una zona de encuentro de las civilizaciones de Oriente y Occidente.
Comagene en griego significa ”encuentro de genes”, nombre más que apropiado para un reino, en términos históricos fugazmente poderoso, en el que se unieron simbióticamente cultura, creencias y tradiciones greco-persas.
Desde 2000 años a.C. hititas, asirios, persas, macedonios, griegos, armenios y romanos marcaron su historia. Políticas prudentes e interesados parentescos consiguieron relacionarlo armoniosamente con todos ellos como estado satélite hasta que llega el período que ambienta estas notas de viaje.
En 109 a.C. Mitrídates logra la independencia de Comagene, y el 14 de julio se corona rey e inaugura una dinastía.
Con un pueblo multirracial y rodeado de vecinos poderosos decide hacer un pacto con los dioses. Los términos no se conocen pero mantuvo al reino protegido y soberano. Creó en las masas una conciencia de pueblo elegido.
Instituyó lugares sagrados (temenos) erigidos en lugares distantes y notorios dentro del paisaje. Sin duda Nemrud sería el temenos más impresionante. En cada lugar sagrado había placas de piedra con cinco dioses dándole la mano (cerrando un acuerdo) a Mitrídates. Éste, en su afán conciliador, le dio a cada dios un nombre griego y uno persa: Apolo/ Mitra, Zeus/Ahura Mazda…
Se casó con una princesa selyúcida (seguramente por conveniencia estratégica) y de esa unión nacieron cuatro hijas lo que complicaba la sucesión. Cuando ya estaba por disolverse el matrimonio nació un varón al que llamaron Antíoco.
Antíoco era entonces descendiente por línea paterna del emperador persa Darío y por línea materna de Alejandro Magno. Crece en muy estrecho contacto con su padre al que respetó mucho y del que aprendió las bases de esa creencia sincrética, algo así como un zoroastrismo helenizado, y del que copió su egolatría.
Al abdicar Mitrídates su hijo es coronado rey como Antíoco I. Comienzan ambos a planear la erección de un sepulcro sagrado en la cima del monte Nemrud cerca de los dioses que dominara desde la altura el reino y a sus súbditos, detalles que denotan las permanentes metas prácticas de Mitrídates. Antíoco tenía metas algo más idealistas. El culto que rodeaba al acuerdo con los dioses debía transformarse, según él, en una nueva religión y la cima del Nemrud el centro desde el cual debía irradiarse al mundo civilizado. Como fundador se agregó poco después de su coronación el nombre Theos (Dios) y da origen a su propia leyenda.
Su reinado coincidió con el período más próspero de Comagene generado por el cruce de rutas comerciales y la explotación minera de hierro.
Reino y dinastía se desvanecieron tras dos siglos, en 72 d.C., con la anexión de Comagene a la provincia romana de Siria.
Por casi dos milenios sólo el viento perturbó el silencio de los reyes aquí sepultados. Las poblaciones cristianas que habitaron en ese lapso la zona desconocían el verdadero origen y la función del complejo y lo atribuyeron a Nimrod, el impío tirano mencionado en el Antiguo Testamento y constructor de la Torre de Babel. De este error nace el nombre de Nemrud.
En el siglo XIX fue redescubierto por arqueólogos alemanes y desde entonces no ha dejado de ser estudiado buscando desentrañar su misterio. En 1987 la UNESCO lo sumó como Patrimonio de la Humanidad.
El complejo funerario consta básicamente de un túmulo compuesto por 30.000 metros cúbicos de piedras partidas del tamaño de un puño que alcanza los 50 metros de altura (originalmente tenía 60 pero terremotos, inclemencias y varios intentos de vulnerarlo lo modificaron) con una base de 150 metros de diámetro circundada por una vía procesional.
Sobre la base de la interpretación de inscripciones y otras investigaciones se sabe que la tumba real está bajo el túmulo y que en ella hay al menos tres cuerpos. Dos de ellos son sin duda los de Mitrídates y Antíoco Theos. El acceso a la cámara sería un túnel que nacería bajo los fundamentos de alguna de las colosales estatuas de las terrazas y que habría sido sellado ante la amenaza romana. Ni el túnel ni la cámara han sido encontrados a pesar de que se ha utilizado las técnicas de exploración más modernas como las geofísicas y sismográficas. Las excavaciones son prácticamente imposibles por la inestabilidad que da la piedra suelta y es fácil deducir que fue un recurso de inviolabilidad premeditado.
Flanquean al túmulo tres terrazas, al norte, este y oeste, que demandaron un gran trabajo de nivelación. La pared rocosa de 10 metros de altura de la terraza occidental da una idea del colosal esfuerzo. Se calcula que la terraza oriental debieron removerse 1.500 metros cúbicos de roca viva.
La terraza norte es la peor conservada y no tiene estatuas. Era el lugar de reunión de los peregrinos en oportunidad de las festividades
La terraza oriental es, para mí, la más impresionante.
La visión de las cinco colosales estatuas me agobió. Cuatro de las cabezas yacen en el suelo e inquietan con su mirada de ojos vacíos.
De izquierda a derecha se suceden los cuerpos sentados de Apolo/Mitra, Tike/Diosa Comagene (única con cabeza), Zeus/Ahura Mazda, Antíoco I Theos y Heracles/Artagnes.
A ambos lados de esta fila hay dos cabezas de águila que simbolizan el poder celestial y dos de león, el poder terrenal.
El detalle de la posición sedente y elevada de las figuras tiene la intención de remarcar que este era el hogar de los dioses con sus tronos celestiales.
Esculpidas en piedra calcárea originalmente las estatuas tenían una altura de 8 a 10 metros. Dándoles la espalda se ve, al centro, una gran plataforma respetuosamente restaurada que fuera el Altar del Fuego y donde se incineraban los sacrificios, y a izquierda y derecha, unos zócalos de piedra con relieves representando a los antepasados persas y griegos de Antíoco.
Puede apreciarse en el dorso de las estatuas (también en las de la terraza occidental) inscripciones en griego que relatan el Nomos, la ley sagrada de Antíoco. Es un testamento y una descripción minuciosa de las ceremonias con las que se debía honrar a los dioses y a él.
Recorriendo la vía procesional que rodea la base del túmulo se arriba a la terraza occidental, el sector más sagrado del complejo y al que el pueblo no tenía acceso. Encontramos aquí también la fila de estatuas de los mismos dioses y en el mismo orden pero menos elevada lo que sumado al mayor deterioro le resta algo de majestuosidad.
Todas las cabezas están en el suelo y frente a sus respectivos cuerpos.
El parecido de la cabeza de Antíoco con la de Apolo/Mitra es notorio (lo que confundió inicialmente a los arqueólogos)
y refleja la especial adoración por Mitra. Este dios nombrado en los libros vedas y venerado por los hititas llegó a impresionar a las legiones romanas y a ser muy importante para ellas. Su figura y dones fueron divulgados por todo el mundo antiguo. En Roma tuvo su templo en el Monte Capitolino y su culto se desarrolló como una religión mistérica, Misterios de Mitra, reservada a los hombres, organizada como sociedad secreta de carácter esotérico e iniciático.
De no haber surgido el cristianismo seguramente hoy gran parte de la humanidad aún lo honraría.
Aquí también están presentes los zócalos con los antepasados
y resaltan los relieves de Darío y Xerxes muy bien conservados.
Junto a las estatuas se yerguen cinco estelas que creo son las que hacen rica a esta terraza. En las primeras cuatro se lo ve a Mitrídates
saludando a la diosa Comagene, Apolo, Zeus y Heracles. La quinta es la llamada Horóscopo del León.
Este horóscopo, el más antiguo conocido, representa una situación astral y planetaria que no se repetirá hasta dentro de 25.000 años.
Es la que se observaba desde la terraza occidental en el atardecer del día de la coronación de Mitrídates.
Esculpido en una placa pétrea de 1.75 x 2.40 metros y casi 0.50 de espesor nos muestra un león caminando hacia la derecha. Sobre su cuerpo se identifica las 19 estrellas que conforman la constelación de Leo, bajo el cuello una media luna en luna nueva, y sobre ella la estrella Regulus asociada desde los albores de la historia a los reyes. Sobre el dorso del león se ve a Marte, Mercurio y Júpiter (con sus nombres en griego).
La investigación astronómica que consideró las eclípticas de los planetas referidos (con Mercurio visible a ojo desnudo) y de la Luna, las posiciones en la que está representada la constelación de Leo y la relativa de Luna, Regulus
y las cumbres en el horizonte determinó con asombrosa precisión día y hora del momento: 14 de julio de 109 a.C. a las 19.35, el de la coronación de Mitrídates.
Estábamos con Martín, mi compañero de viaje, sentados en la terraza occidental esperando la caída del sol con la mirada perdiéndose en un paisaje yermo y de un silencio indescriptible que enmarcaba el vuelo helicoidal de varias águilas que nos sumergió en un estado de latencia.
Un lejano tronar comenzó a hacerse más audible y potente hasta ensordecernos. Un par de aviones de la Fuerza Aérea Turca pasaron muy cerca y a nuestra altura rumbo a la frontera iraquí. Hacía poco más de una semana habían caído las Torres Gemelas del World Trade Center.
Fue una fugaz toma de conciencia de lo que estaba viviendo el mundo que no demoramos en abandonar para volver a compartir el silencio y la soledad con los colosales custodios del misterio del sepulcro.