jueves, 21 de abril de 2011

Lugares: Isla de Zanzíbar






Para completar un viaje que realicé en 2007 por África Oriental volé desde Kilimanjaro hasta la isla de Zanzíbar


atraído por la rica historia que moldeó su particular composición étnica y consecuentemente su cultura. De paso no vino mal desempolvarme después de semanas de trajinar sabanas y selvas.
Con sólo escuchar su nombre, sonido mágico para todo viajero, vienen a la imaginación imágenes de playas paradisíacas y palacios fastuosos. Y es lo que se encuentra al recalar en la isla. A medida que uno se adentra en su pasado toma conciencia de que esa riqueza se basó en el comercio de esclavos que en oleadas partió de esas playas.
Intentaré reseñar ese pasado.
Durante 2000 años fondearon en sus costas naves de Persia, Arabia e India. Alrededor del año 1000 d. C. grupos de inmigrantes provenientes de Shiraz (actual Irán) se establecieron en Zanzíbar y relacionaron con los swahili, pobladores locales. Se supone que el nombre de Zanzíbar proviene del término persa zangi-bar, “costa de los negros”.
Durante dos siglos (1498-1698) los portugueses dominaron la isla y a comienzos del siglo XVI fundaron un centro de comercio en el lugar que hoy ocupa la ciudad de Zanzíbar. A fines del siglo XVII fueron expulsados por la armada del Sultán de Omán. En 1840 el entonces sultán, Said, traslada la capital de Omán, Muscat, a Zanzíbar, cuya ubicación ofrecía buen reparo de los monzones y un estratégico lugar para controlar el canal entre el continente y las islas.
Gran cantidad de omaníes se establecieron en Zanzíbar como autoridades y terratenientes constituyendo la élite, mientras que los inmigrantes indios conformaron el estrato social de los comerciantes. La isla pasó a ser un estado árabe, importante centro de política regional y foco de un próspero tráfico de esclavos.
En el siglo XIX Gran Bretaña comenzó a interesarse en África Oriental y a enviar exploradores de la talla de Livingston. A fines de ese siglo tras la guerra más corta de la historia, 45 minutos de bombardeo, Zanzíbar pasó a ser Protectorado Británico, situación que se prolongó hasta que en 1963 logra la independencia. Su existencia como país fue efímera. En 1964 una revolución destrona al sultán y se produce la expulsión de todos los árabes e indios. En el mismo año Zanzíbar y Tanganyika se fusionan y nace Tanzania.
Casi todos los expulsados retornaron y se sumaron a la inmigración proveniente de la cercana costa continental y a la descendencia de los esclavos liberados. Hoy en día las diferencias entre los shirazi y los swahili se difumaron.
Agricultura y pesca son sus principales actividades. Las plantaciones de clavo de olor y cocoteros se esparcen por toda la isla. El territorio es llano, con lagunas y pantanos con manglares, costas de arenas blancas y arrecifes coralinos.
La población vive en pequeñas aldeas y Zanzíbar es, sin duda, la mayor concentración humana.

Mi estadía transcurrió en la aldea de Paje, en la idílica costa oriental,




y en Stone Town, el casco antiguo de Zanzíbar, en la occidental, lugares desde los que recorrí la isla, de dimensiones manejables (85 por 30 kilómetros).
Paje es un buen ejemplo de lo que es el diseño urbano y la forma de vida aldeanos. Está emplazada en el encuentro de la ruta que recorre el litoral oriental y la que atraviesa la isla. Me hospedé en una precaria cabaña frente al mar. Su propietario me invitó a tomar leche de coco.










Coco en mano me encaminé a la costa a disfrutar del sol que caía a mis espaldas entre las palmeras.





Un colorido espectáculo que compitió



a la mañana siguiente con el del amanecer sobre el Índico.
Las construcciones son de trozos de coral, techadas con esteras de palma y enmarcan laberínticas callejuelas










que se abren a espacios abiertos donde se encuentra




la mezquita y el mercado.













Salvo algún hombre trepado a una palmera procurando cocos




o algún otro alistando redes de pesca







parece estar la mayoría de ellos disfrutando de un inmerecido descanso.





A las mujeres se la ve más activas,







desplazándose casi siempre cargadas con rumbo incierto y luciendo vestimentas multicolores.
Algunas atienden pequeñas y mal surtidas despensas





al tiempo que se hacen cargo de sus hijos.



























 Los niños se divierten con juegos sencillos que interrumpen para mirar con ojos curiosos al extraño.





































Al atardecer pequeños grupos de jóvenes mujeres recorren



de forma llamativa la playa en un disimulado juego de seducción.

En las afueras de Paje hacia el norte hay algunos hoteles de cierta categoría con pálidos turistas asoleándose y soportando a masais




que abandonan temporalmente sus poblados en el continente para vender artesanías y baratijas. Ver a estos guerreros en un escenario tan lejano como extraño después de haber estado compartiendo ceremonias y costumbres en su tierra ancestral en Kenia entristece, aunque aseguran que sólo es para mejorar la economía de sus familias y que siempre a ellas retornan.


Relacionarse con la gente no es fácil. Sin llegar a mostrarse hostiles tampoco lucen acogedores.
Sí pasé un agradable momento con una madre y su bebé



































con el rostro adornado con trazos negros, sobre cuyo sentido intentó explicarme sin éxito en swahili.




El mar de un color azul y una transparencia indescriptibles




era demasiado como para no aceptar la invitación de Franco, un joven italiano radicado en Paje a hacer una salida de buceo a los arrecifes coralinos cercanos.



En una embarcación de madera rústica y pesada timoneada por un robusto poblador local extrañamente trabajador llegamos a un lugar de aguas poco profundas que dejaban entrever las maravillas que encontraríamos a un par de metros de la superficie.
Peces multicolores, estrellas de mar e infinidad de corales







fueron excesivo premio al escaso esfuerzo en apnea que requirió admirarlos.









En uno de los recorridos por la isla visité la Reserva de Jozani,



una mancha de selva poco vulnerada en medio de las plantaciones. Estrechas sendas serpentean entre mangles permitiendo ver desde aves singulares


hasta ciempiés enormes y










cangrejos de los manglares que se dejan alimentar.




















Pero la estrella de la reserva es el colobo rojo de Kirk, una especie endémica satisfactoriamente confianzuda como para apreciarla desde corta distancia.






Su imagen es usada como emblema por los movimientos ecologistas de Zanzíbar que luchan, entre otras iniciativas, por aumentar el número de estos colobos, el que actualmente no garantiza la supervivencia, y por preservar su hábitat.
El colobo de Kirk tiene un pelaje que varía entre el rojo oscuro y el negro, acentuado por las franjas blancas de sus hombros y brazos y un vientre pálido. Su rostro negro está coronado por pelaje blanco con una distintiva mancha rosada en sus labios y nariz. Además, dispone de una larga cola que utiliza para equilibrarse. Existe un escaso dimorfismo sexual entre machos y hembras, las que suelen ser más numerosas.
Los grupos están formados por hasta cuatro machos adultos y muchas hembras adultas.




Jóvenes de diversas edades también viven en estos grupos. El número de colobos de un grupo varía entre 30 y 50 individuos. Son animales muy sociales y a menudo se dedican a jugar y acicalarse cuando no comen.
La alimentación también es una actividad de grupo. Comienzan a hacerlo por la mañana, y se muestran más activos durante las horas más frescas del día. Las llamadas de los machos ponen al grupo en movimiento en busca de otro lugar donde procurar comida. Normalmente estos colobos se alimentan de hojas, brotes, semillas, flores y fruta verde. Es una de las pocas especies que no come fruta madura; dispone de un estómago de cuatro cámaras, que no puede digerir los azúcares contenidos en ella. También consumen carbón vegetal, que se cree les ayuda a digerir las toxinas de algunas hojas.








Una mañana abandoné Paje para afincarme en Stone Town, núcleo y casco histórico de la ciudad de Zanzíbar, declarado en 2000 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Su nombre, Ciudad de Piedra, lo distinguía de los barrios pobres cuyas casas eran de barro y hojas de palmera.
Me hospedé en el International Hotel, de arquitectura colonial, cuartos enormes y antiquísimo mobiliario.







La puerta de acceso de estilo indio presenta grandes y lustrosas tachas ornamentales (que vi en otras latitudes pero donde sí cumplían funciones defensivas disuadiendo a los guerreros que montaban elefantes de intentar un embate).
La mejor manera de conocer Stone Town es gastando suelas por sus intrincadas y estrechas calles y respirando su atmósfera impregnada de olor a especias.
Se debe andar lentamente para poder apreciar los detalles que ofrecen viejas casas,







ornamentados palacios, mezquitas, bazares y mercados.
Muchas construcciones son del siglo XIX, apogeo del comercio de esclavos














y reflejan la riqueza de sus dueños originales, como así también su procedencia. Los árabes erigían paredes exteriores simples con grandes puertas frontales que conducen a patios interiores y los indios con fachadas más abiertas y grandes balcones decorados con verjas y balaustradas. Casi todas están habitadas.
Las puertas de teca, asiática o africana, tienen características notorias y distintivas.

Las árabes presentan marcos ricamente tallados e inscripciones del Corán en su friso superior. Las más antiguas son cuadradas,








y las más recientes rematan con un semicírculo. La puerta de la foto es la más antigua de Stone Town.

















Las indias lucen las tachas de bronce y delicados herrajes.




























Aún hoy los habitantes de Zanzíbar siguen dándole importancia a las puertas. Es lo primero que emplazan al construir sus casas, algunas muy precarias con puertas desmedidamente bellas y costosas.






El punto de partida ineludible para recorrer Stone Town son los Jardines Forodhani,



















un parche verde en la planta urbana poco cuidado y muy maltratado. Lugar de reunión, de descanso entre la transitada calle Mizingani y la costa.






Desde estos jardines y dándole la espalda al mar se aprecia de izquierda a derecha (norte a sur) tres de los edificios emblemáticos, el Museo del Palacio, la Casa de la Maravillas y el Fuerte Árabe.


El Palacio es una construcción blanca con aire de fortaleza dado por los parapetos defensivos que culminan la estructura.





Fue residencia de los sultanes hasta la revolución de 1964. Desde entonces se lo conoce como Palacio del Pueblo. Alberga un excelente museo en sus salas y varias tumbas de los primeros sultanes de Zanzíbar.
La Casa de las Maravillas, Beit el-Ajaib para los locales, es un llamativo edificio de planta cuadrada y varios pisos con impresionantes balcones que remata con una torre con relojes.





Fue el primero en contar con iluminación eléctrica (de esta particularidad nace el nombre). También aquí hay un interesante Museo de Historia y Cultura dedicado a la Costa Swahili y Zanzíbar.
Por último el Fuerte Árabe, probablemente la construcción en pie más antigua de Stone Town erigida por los omaníes alrededor de 1700.






De color marrón y aspecto masivo se distingue entre los demás edificios. En el siglo XIX dejó de tener función militar y desde entonces sirvió como prisión, depósito del ferrocarril y hasta de club de tenis femenino.

Volviendo la vista hacia el mar se contempla el antiguo puerto,









hoy destinado a las pequeñas embarcaciones que van a las islas cercanas,













y costeando hacia el sur se llega a la bella Bahía de los Dhows.









Los dhows son pequeñas embarcaciones de madera












de escaso calado con un velamen triangular característico y un solo mástil. Se cree que aparecieron con el islam y fueron unas de las herramientas para propagar esa fe a través del Océano Índico.





De ahí en más me interné en la intrincada maraña de calles angostas,





deslumbrado durante horas por la arquitectura, desmerecida por el abandono y el deterioro,









y por los habitantes, impactantes por su vivacidad, colorido



































y heterogeneidad.







































Entre las construcciones encontré la casa natal de Farroukh Bulsara,




más conocido como Freddy Mercury. Entre sus compatriotas no muy admirado por su música tan lejana a la de sus raíces y por su homosexualidad. El lesbianismo está penado en Zanzíbar con hasta 6 años de prisión y las relaciones entre hombres con hasta 25.












Remontando hacia el norte la calle Creek que separa a Stone Town de Ng´ambo (El otro Lado), la ciudad nueva, llegué a la estación de buses y dala-dalas,






pequeños vehículos abiertos que son el medio más popular de transporte de personas (y sus bultos).



Se encuentra enfrente el mercado Darajani





con infinidad de puestos donde se puede adquirir desde frutas, pescados








y carnes,















si uno consigue desestimar la falta absoluta de higiene, hasta repuestos usados de automotores.
El griterío de los vendedores aturde






y las miradas poco amigables inquietan pero la experiencia





es alucinante…como todo lo vivido en esta isla que el devenir político hizo pertenecer a Tanzania pero que por propias características y por determinación de su gente se diferencia sustancialmente de ésta y logra constituirse en un rincón único en el mundo.