domingo, 28 de abril de 2013

Lugares: Payunia





En noviembre de 2012 con un grupo de amigos recorrí Payunia, un distrito volcánico de 25.000 kilómetros cuadrados con una de las concentraciones de volcanes más altas del mundo. Se encuentra situado mayormente en la región sudeste de la provincia argentina de Mendoza.
Reúne sobradamente las condiciones para satisfacer a toda persona interesada en vulcanismo o en escenarios de belleza natural, en este caso infrecuente y no modificada por el hombre.
Desde la cercana ciudad de Malargüe una delegación oficial vela por la conservación del medio. Caminos transitables con dificultad, grandes distancias y guías eficientes, formados y comprometidos como Germán Cara que nos acompañó, ayudan a lograr tal conservación.
Todo lo que se ve, salvo la flora y fauna, es de origen volcánico.
El clima es semiárido y la precipitación anual no supera los 180 mm, lo que condiciona la vida en Payunia. Cactus y coirones dan singularidad al paisaje y tropas de guanacos y solitarios cóndores le otorgan silencioso movimiento.
Salpican este impresionante panorama más de 800 conos volcánicos de discretas dimensiones y productos de erupciones únicas y unos pocos imponentes volcanes, El Nevado, Payún Matrú, Payún Liso y Chachahuén, que superan los 3000 metros de altura edificados por una sucesión alternada de erupciones explosivas y efusivas.
Payunia es el retrato que nos dejó más de un millón de años de actividad volcánica donde se expone casi todas las variedades de estilos, formas, materiales y depósitos que puede dar la misma en la Tierra. Esta característica distintiva hace de Payunia un distrito volcánico excepcional.










Partimos de Malargüe y a los pocos kilómetros el paisaje comenzó a perfilarse con el contorno de los conos volcánicos.




El primer impacto fue la visita al Malacara, un volcán producto de una explosión hidromagmática, cuando el magma (roca fundida) toma contacto con agua, en este caso subterránea, seguida de un par de erupciones con coladas de lava basáltica.




La explosión inicial formó un anillo de tobas que las coladas posteriores cubrieron en gran medida dejando un remanente en la cara oriental. Es la mancha amarillenta que observa en la fotografía y en la que con particulares condiciones de incidencia de los rayos solares, algo de nieve y una buena cuota de imaginación puede verse la figura de un caballo malacara.
El material de este remanente es muy susceptible a la erosión pluvial la que formó cárcavas profundas de majestuosa belleza



Ingresamos a la primera cárcava tras recorrer un cauce arenoso flanqueado por capas estratificadas y bloques.











Algunas lagartijas mimetizadas se asoleaban confiadas e indiferentes.





La sensación fue de asombro y cierto agobio al transitar entre paredes tan altas y próximas. Me asaltaron recuerdos de cuando recorrí la garganta de acceso a Petra en Jordania.


















La luz cenital remarcaba los detalles de las formaciones.



Para acceder a la segunda cárcava debimos salir de la primera y trasponer una loma de colada



con un manto de flores silvestres




y coloridos escarabajos.









Desde la loma se divisa la antena parabólica de rastreo satelital DSA 3 de la Agencia Espacial Europea. Tiene, aunque en la fotografía se vea como un punto blanco a mi izquierda, 35 metros de diámetro y 60 toneladas de peso. Con la DSA 1 en Australia y la DSA 2 en España cubren por triangulación las señales que envían las sondas de estudio del espacio lejano.
Desentona decididamente dentro de este entorno.



Esta segunda cárcava tiene semejanzas con la anterior, pero es más abierta e iluminada.



En partes del trayecto hay que trepar por precarias escaleras. 

Un gigantesco bloque quedó encajado entre las paredes.
Seguimos avanzando hasta llegar al puesto de los Díaz,
   
una hospitalaria familia que se dedica a la cría de chivos. 

A poco de presentarnos nos invitaron a arrearlos hacia los corrales.                            

                                                                                                                  
















Una niña dirigía el arreo corriendo de un lado a otro. Una vez encerrados los animales se distendió y lució su serena belleza.  

Luego cooperé extrayendo agua con un ingenioso dispositivo, una bicicleta fija acoplada a una bomba.

Comenzó a caer la tarde y tras armar las carpas caminé un par de kilómetros hacia en norte hasta un río que serpenteaba silencioso y escondido. Más allá se destacaba el volcán Trapal




y la luna llena majestuosa se reflejaba en las aguas.






mientras el sol se escondía a mis espaldas con un espectacular despliegue de colores.









El matrimonio Díaz preparó en un  horno de barro un par de chivos que compartimos en su casa.

La conversación durante la cena con toda la familia fue muy interesante ya que comentaron detalles de la vida rigurosa que llevan, de sus sinsabores y alegrías.



                                                           
La noche calma e iluminada por la luna  fue ideal para el descanso.
Con la primera claridad me levanté y nuevamente me encaminé al río a darme un baño y a intentar ver la avifauna que a esa hora abunda. 


Cada pisada crujía al resquebrajar el sedimento salitroso que dejó la desecación de la laguna Llancanelo.

La temperatura era baja pero se vislumbraba un amanecer que haría llevaderos los escalofríos.

Esos primeros rayos fueron resaltando las figuras de aves acuáticas nadando confiadamente y caballos vadeando el río.



Pude acercarme a unos flamencos esquivos arrastrándome entre los matorrales. El día anterior no pudimos apreciarlos ya que por millares se habían reunido en la orilla opuesta de la laguna de Llancanelo a varios kilómetros de distancia.

Tras desayunar nos despedimos de los Díaz y partimos hacia el sudeste rumbo al volcán Carapacho,




también producto de una erupción hidromagmática pero esta vez el agua era superficial ya que por entonces la actual laguna Llancanelo era mucho más extensa.


          
                          En su cercanía crecen unos cactus velludos con         
                                                           una efímera y vistosa floración.   
          




El volcán está a la vera del sector más amplio del lecho seco de la laguna.

     Seguimos camino con rumbo sur hacia Pampas Negras y el Campo de Lavas de los Volcanes.





Desde este lugar se divisa gran variedad de volcanes que resaltan sobre la superficie cubierta de lapillis, fragmentos basálticos oscuros de entre 4 y 64 milímetros de diámetro y productos de las últimas erupciones hace algo menos de 10.000 años.



Iniciamos desde aquí el ascenso al Payún Matrú cuya cumbre es amplia y aplanada ya que cuando se formó

su caldera se destruyó la parte superior lo que disimula sus 3715 metros de altura.



En sus laderas crecen extrañas plantas, muchas luciendo el color de sus flores.

La caldera tiene 8 kilómetros de diámetro y 300 metros de profundidad 





y en su extremo norte se encuentra la laguna, única fuente de agua en toda esta región, al pie de altas paredes con muchas condoreras distinguibles por el guano. Se aprecia la fractura anular de la caldera y el desvío de la colada al chocar contra esas paredes.
Fue un buen lugar para almorzar y fumar una pipa. 

Ya en el descenso se ve el volcán Santa María y su colada de 17 kilómetros de longitud llamada Escorial de la Media Luna. 





Cuando nos acercamos quedamos en medio de un campo de bombas volcánicas.

Son porciones de lava que las explosiones arrojan al aire girando con violencia y que por la rotación van adquiriendo formas.
Algunas llegaron al suelo aún no solidificadas y están parcialmente aplastadas.

Regresamos a Pampas Negras para tomar nuevamente rumbo sur y recorrer el tramo más espectacular del viaje.



Pasamos junto al volcán Herradura, llamado así por la forma de su cono parcialmente derrumbado.

El camino debe ser estrictamente respetado.






Es una simple huella sobre los lapillis y es la única de la presencia humana. 
Salir del camino es dejar una marca que demorará mucho tiempo en borrarse ya que los lapillis se dispersan muy poco por el viento y las escasas lluvias. Un daño innecesario a tanta armonía.




Fue una sucesión interminable de conos volcánicos resaltando sobre un suelo negro y rojizo en el que los coirones dibujan diseños inimaginables.









Como si al espectáculo le faltara riqueza escenográfica se sumó una tropa dispersa de guanacos.





Desplazándose sigilosamente buscando alimento parecían conocer que sus cuerpos estilizados y coloridos lucían fantásticamente sobre el oscuro telón de fondo.





Poco más adelante y a unos metros de la huella está lo que llaman el Museo de Cera, un cúmulo de formaciones producto de la actividad volcánica, con piezas que inducen a asociarlas y a ponerles nombre.



A mí ésta me pareció un zorrino.



La huella enfila decididamente hacia el sur para embocar en La Calle. Es un pasadizo relativamente estrecho entre dos coladas de distintas características. La de la izquierda de 200 metros de espesor es de traquita, una pasta con inclusión de elementos varios, proveniente de la caldera del Payún Matrú y la de la derecha de basalto en bloques de escoria, más baja y joven,  llamada Real del Molle que se originó en un cono de Pampas Negras.



En un punto de ese pasadizo armamos el campamento para pasar nuestra segunda noche en Payunia. No hay agua y la leña tuvimos que recolectarla en el trayecto de descenso de la caldera del Payún Matrú.
Germán, nuestro guía demostró que además de sus vastos conocimientos y buen manejo del grupo es un buen asador. No sorprende que lo que hubo en la parrilla haya sido chivo.


Tal vez porque el chivo se demoraba y tenía hambre asocié estas hierbas con espaguetis.
La noche no fue tan plácida como la anterior. El viento se aceleraba al entrar entre las coladas y la temperatura se desplomó.

El Payún Liso que enmarcaba el campamento amaneció con su cumbre cubierta de espesas nubes grises.

Tras el desayuno y el desarmado de carpas seguimos hacia el sur hasta llegar a los yardangs.


Son curiosas formaciones consistentes en depresiones alargadas separadas por paredes verticales de algunos metros de altura. Están alineadas según la dirección de los vientos que son fuertes y con arena en suspensión erosionante. Únicos en Argentina y escasos en el mundo. Pude verlos en el desierto de Gobi en Mongolia. Son abundantes en la superficie marciana.


Las paredes de los yardangs fueron utilizadas por los aborígenes como refugio y sostén para sus viviendas de las que quedan restos.
Este fue el punto más austral y remoto de nuestro recorrido. Iniciamos el regreso hacia Pampas Negras con 


vistas del Cerro Colores,


del Payún Liso tapizado de nubes y del volcán Santa María

desde un ángulo ideal para divisar un par de sus cinco conos. El más alto es el que generó la enorme colada de 17 kilómetros.












Llegamos al Campo de Lavas de Los Volcanes en el extremo occidental de Pampas Negras para ascender al volcán Morado. Debe su nombre al color cobrizo de sus lapillis y cenizas que adquirieron por la oxidación de las partículas de hierro que incluyen.


Su cono fue aportillado por la lava que en su salida derrumbó parte del mismo dejándole forma de herradura. Desde la altura puede admirarse la espectacularidad del desarrollo de la colada.

También fue admirable desde esta posición la aproximación de un frente de tormenta con un atemorizante aparato eléctrico.










Comenzó una ventisca de nieve y los rayos caían cada vez más cerca. Me apresuré a fotografiar un solitario "bonsai" de no más de 50 centímetros de altura, como creado por generación espontánea.

Germán comenzó a apurarnos a descender ya que estar en una altura con tanto hierro en su composición distaba de ser aconsejable.



Y la advertencia tuvo rápida justificación. Un rayo cayó a unas decenas de metros con un ensordecedor estruendo y un resplandor descomunal.

Se nos erizaron los pelos por efecto de la descarga eléctrica.










Descendimos y al rato el frente había pasado y el útimo tramo hacia la salida de la reserva fue bajo un cielo soleado.


Llegamos a La Pasarela. Un pequeño puente cruza
el cañón que el río Grande labró en una colada de lava pahoehoe que bajó de Los Volcanes.
Esta colada difiere de las que vimos hasta ese momento que fluyeron a cielo abierto. Las de lava pahoehoe lo hacen por un tubo formado por la solidificación por enfriamiento de la superficie que se presenta suave y lobulada.
  


Un condor voló majestuosamente sobre nosotros en el momento de abandonar esta maravillosa región.


Tal vez fue para cerciorarse de que la paz retornaba a sus dominios.