lunes, 9 de marzo de 2015

Etnias: Konso





En 2005 recorrí Etiopía en toda su extensión. Sigue siendo el viaje más fascinante que he realizado.


Las tribus del sur de este país son asombrosas y pintorescas. Una de ellas, los konso, no lo es tanto pero presenta singularidades que la hacen excepcional.
Los konso difieren de los pueblos que los rodean en muchos aspectos, algunos debidos a su deliberado aislamiento.
Al contrario que las demás tribus que viven en pequeñas aldeas, lo hacen en ciudades de unos 3000 habitantes en lo alto de colinas basálticas, rodeadas de una muralla de escasa altura con unas cuatro vías de acceso. Ambas características las hacen fácilmente defendibles.

Mecheke es la ciudad en la que tuve oportunidad de deambular sin sobresaltos pero en un estado de atención sin respiro.


La urbanización desde la distancia recuerda, en una asociación absolutamente subjetiva, a las aldeas dogon de Mali y al ingresar impresiona inicialmente como anárquica. Callejuelas estrechas, sombreadas y sinuosas enmarcan los complejos familiares que constan de tres a cinco


chozas asignadas al jefe de familia, al hijo primogénito y a

la esposa mayor y los niños y un granero.
Estos complejos están a su vez amurallados con piedras, troncos secos y árboles de Moringa stenopetala (de cualidades nutricionales y desinfectantes reconocidas) con una abertura estrecha, baja y con un zócalo que obliga al que la atraviesa a inclinarse. Si se tratase de un intruso o enemigo este momento sería el de su mayor vulnerabilidad. Los animales no deben atravesar esa defensa ya que según la creencia konso sería premonición de muerte para el jefe familiar.



La ciudad se divide en “barrios” cada cual con su casa comunitaria o mora.




La mora es una construcción grande con la planta baja abierta, y un entrepiso cubierto por una techumbre cónica ornamentada con una vasija con inscripciones fálicas.








 















La planta baja es el lugar de reunión de hombres y niños. Las mujeres no pueden entrar después de la pubertad.
Allí se charla y discute, se toca música con instrumentos como el krar, semejante a la lira, la dita especie de guitarra de cinco cuerdas y la flauta de pan.






También juegan gabata, tradicional pasatiempo de esta región de Etiopía, sobre una tabla con un par de docenas de oquedades en las que desplazan piedritas con rápidos movimientos y complicadas reglas.
















Tejer es actividad exclusiva de los hombres
ya que las mujeres “periódicamente impuras"
pueden trasmitir impureza a los tejidos konso
muy valorados en Etiopía.













El entrepiso es donde deben dormir los varones mayores de 12 años hasta su casamiento. También pueden hacerlo hombres de otros pueblos que estén de paso y algunos “faranji” (deformación de “foreigner”, extranjero) como yo. Los hombres casados pasan muchas noches en la mora para no mermar, como consecuencia de las relaciones sexuales, las fuerzas de sus esposas que son las que realizan además de las actividades domésticas antes del alba, los trabajos más pesados como procurar el agua, cavar, escardar y abonar con estiércol los cultivos hasta el anochecer.




La recolección de agua para consumo es la más demandante en esfuerzo y tiempo de las obligaciones de las mujeres. Hasta ocho horas diarias y varios kilómetros de caminata y duro ascenso.
Los esposos sólo acarrean agua unas pocas semanas después del nacimiento de un hijo y los niños colaboran hasta los siete años. Toda otra ayuda hará que la mujer sea considerada poco laboriosa.
Los hombres disponen de más tiempo libre ya que participan part time en las actividades de labranza, tala de árboles y mantenimiento de las terrazas.
Los konso se consideran los mejores constructores de terrazas de África y doy fe que superan en rendimiento y diseño a todas.
Estas construcciones defienden los campos cultivados de la erosión pluvial. Siembran primordialmente sorgo, base de su dieta y con el que elaboran una especie de cerveza. Gracias a los períodos de lluvia de febrero-marzo y junio-julio obtienen dos cosechas anuales. También cultivan maíz, legumbres y café. Para su consumo desestiman los granos de café los que son vendidos en los mercados y utilizan las hojas del cafeto las que son secadas al sol, pulverizadas y mezcladas con semillas de girasol y especias para obtener una suerte de café instantáneo.
Las urbanizaciones están alejadas entre sí y sus moradores no tienen prácticamente contacto salvo en los mercados semanales que tienen lugar en las afueras ya que los konso consideran al comercio como una actividad contaminante, envilecedora y generadora de conflictos.
Tampoco son bien vistos los artesanos que desarrollan su actividad como mandato hereditario, no poseen tierras y son discriminados por los campesinos que representan a la mayoría. Difícilmente un campesino dé en matrimonio a una de sus hijas a un artesano.
Paradójicamente sus trabajos de herrería, tallado en madera y alfarería son considerados como los mejores de Etiopía.

Las mujeres son las que concurren masivamente a los mercados vistiendo sus exclusivas polleras plegadas y coloridas (indefectiblemente con los colores de la bandera etíope, amarillo, verde y rojo),



 un pañuelo negro de tela fina en sus cabezas y unas remeras azules con bandas rojas y blancas que algún tiempo atrás se importaron de China y hoy se transformaron en una prenda distintiva de los konso.



La sociedad konso está estructurada según el kata, elaborado sistema generacional de gradación de edad. Todo hombre es niño hasta la iniciación, ceremonia que lo convierte en guerrero (con capacidad para casarse y procrear) hasta llegar a anciano.
La niñez se puede extender según la fecha de nacimiento hasta las edades comprendidas entre los 8 y 25 años. Esto se debe a que la ceremonia de iniciación tiene lugar cada 18 años, es muy ritualizada y alcanza su clímax con la erección del olahita, poste generacional, en la plaza.



Contando la cantidad de olahita y multiplicando por 18 se puede calcular la antigüedad del poblado.
El sistema hace que haya jóvenes adultos no iniciados a los que se les permite casarse pero los hijos que engendren serán asfixiados con su cordón umbilical al nacer. Esta costumbre está oficialmente prohibida desde hace unos años pero los konso no son de obedecer fácilmente las disposiciones del gobierno etíope que está en manos de la etnia amhara.
En la plaza ceremonial también puede verse las Piedras de la Victoria, estelas erigidas en ocasión de combates exitosos o conquistas de la época en que los konso eran guerreros. Hoy aborrecen las reyertas, disputas y el derramamiento de sangre que ofende a Waq, el benévolo Señor del Cielo y contamina a la Madre Tierra. De haber un conflicto bélico respetan códigos como no atacar de noche, no matar mujeres, niños ni ancianos y no incendiar ciudades y emplean rituales para purificar el campo de batalla tras la contienda. Han modificado sus armas haciéndolas menos traumáticas.
Excepcionalmente y en ocasión de ceremonias especiales sacrifican ganado. Casi toda la fauna silvestre y los huevos de ave están protegidos por tabúes.
Veneran la solidaridad, la amistad y la virilidad. Ésta última tiene representaciones fálicas omnipresentes siendo una de las más llamativas el kalacha




confeccionado en metal o madera y que en las ceremonias iniciáticas lucen en la frente los hombres adultos dándose prestigio y preservando su virilidad.
La exaltación del falo también puede apreciarse en los waga.
Waga significa “algo de los ancestros” y son esculturas de madera de no más de dos metros de altura erigidas sobre las tumbas de dignatarios y guerreros de renombre dentro de la aldea o más comúnmente en los límites de los campos cultivados.




Excepcionalmente se los encuentra como piezas aisladas sino acompañadas de otras figuras que representan aspectos de la vida del difunto, esposas y amantes, grandes animales cazados y enemigos abatidos, éstos esculpidos con sus penes amputados reflejando lo que sucedía en las batallas en las que los derrotados eran castrados y sus órganos exhibidos como adorno por los vencedores en sus muñecas.




Lamentablemente en los últimos años se ha detectado la desaparición de waga en muchos poblados a instancias de coleccionistas extranjeros que coaccionan a miembros influyentes de la sociedad konso. Preocupados por la situación se han organizado para evitar estos robos y recuperar piezas.
La UNESCO tiene proyectado inscribir a la región konso como “paisaje cultural” dentro del Patrimonio de la Humanidad




















La sociedad konso se divide en nueve clanes exogámicos en los que sus miembros se prestan ayuda mutua pero tienen proscriptas las relaciones sexuales entre ellos.
Cada clan tiene una autoridad espiritual llamado pokwalla cuya función es interceder ante Waq procurando bienestar para su gente. Dirime disputas legales pero no puede dar órdenes a nadie. Tampoco puede abandonar su territorio.
Según sus creencias animistas la armonía universal, los frutos de la labor humana y la divina benevolencia están permanentemente amenazados. Más allá de los límites de sus campos de labranza existe un mundo misterioso dominio de espíritus y demonios noctámbulos. Estas criaturas malignas viven en los árboles y en el fondo de fosos y merodean incesantemente las ciudades. Si son nombrados o molestados pueden provocar locura, esterilidad, enfermedad y muerte. A veces toman a personas para lograr sus fines. Soñar con ellos también es peligroso ya que su presencia onírica es presagio de muerte. Para tratar a los poseídos recurren a clarividentes que son las únicas personas capaces de revelar la fuente diabólica y mediante magia liberarlos del mal.
Males reales también los acechan.



Parasitosis de varios tipos diezman a la población:filariasis (afección que se aloja y propaga en el tejido subcutáneo y ganglios linfáticos provocando elefantiasis),




 







oncocercosis (compromete la córnea y conduce a la ceguera), enfermedad del sueño (enfermedad que de no ser tratada es letal provocada por la picadura de la mosca tse-tsé infectada)










y malaria (por picadura del mosquito Anopheles).



Los rituales funerarios son únicos y extrañamente elaborados. Cuando muere un konso su cuerpo es “momificado” con una capa de miel y manteca hasta la inhumación que se realiza nueve años, nueve meses y nueve días después del deceso en el marco de una fiesta con danzas y cantos y en el caso de que correspondiere con la erección de los waga. Hasta entonces creen que el difunto está sólo gravemente enfermo y como tal es tratado. Se lo higieniza tres veces por día, se le cambian las ropas y se lo acompaña permanentemente.

Al proseguir mi camino hacia el río Omo al oeste tomé conciencia de que había dejado atrás la última frontera “civilizada” (en términos occidentales) para adentrarme en un mundo donde la lucha por la supervivencia individual y tribal deja saldos de sangre y muerte con violencia y agresividad agravadas por la infiltración de armas aportadas por la guerrilla del vecino Sudán.
Mi visita a los konso me ha enriquecido. Su laboriosidad, proceder ético y hospitalidad dejan huella y la empecinada defensa de su antiguo y único patrimonio cultural conmueve en profundidad.