Hace muchos años estando en Barcelona fui a ver a Copito de Nieve, el famoso gorila albino y gran atractivo del zoo de la ciudad hasta su muerte a causa de un cáncer de piel en 2003.
No fue fácil ni cómodo apreciarlo. Una multitud de visitantes se agolpaba pujando irrespetuosamente por un ángulo de visión. Decidí esperar un mejor momento y me desplacé unos metros hasta toparme con un impresionante gorila que solitario observaba impávido aquella multitud. Cuando advirtió mi interés en él se acercó dando dos pasos lentos pero sorprendentemente rendidores y quedamos frente a frente sólo separados por un grueso cristal. La experiencia que viví fue una mezcla de excitación y sedación dentro de una burbuja de intemporalidad. Por minutos, no sé cuántos pero sí sé que muchos, nos miramos fijamente. Inmóviles ambos, entré en un estado hipnótico percibiendo como esos ojos que nunca pestañearon escudriñaban mi mente. En un momento indeterminable bajó la cabeza pausadamente, volvió a mirarme como despidiéndose y se alejó.
No había salido aún de mi estado extático y ya me había propuesto estar alguna vez frente a un gorila de montaña en su medio y sin un cristal que nos separe. En 2007 lo logré.
Los gorilas de montaña (Gorilla gorilla beringei)
suman en la actualidad unos 700 individuos, un número escaso que los coloca en la categoría de subespecie en peligro crítico. Se encuentran afortunadamente distribuidos en tres parques nacionales colindantes, lo que permite la migración de grupos a través de las fronteras, el Parc des Virunga en la República Democrática del Congo, el Parc National des Volcans en Rwanda y el Bwindi Impenetrable National Park en Uganda. En este último intenté exitosamente verlos.
A la escasez numérica se suma la nefasta actividad humana: la deforestación, las guerras civiles como la de los hutus y los tutsis, las represalias de la “mafia del carbón” contra el gobierno congoleño por sus acciones represivas dirigidas a los grupos ilegales que diezman la selva y que ésta concreta matando gorilas y las enfermedades que los hombres pueden transmitirles (la gripe puede aniquilar a todo un grupo).
Desconocidos para la ciencia occidental hasta 1902 cuando el capitán Oscar van Beringe mató a dos especímenes y expuso uno de ellos en el Museo Zoológico de Berlín donde se clasificó a la subespecie con el apellido del cazador.
En la década de los 50 del pasado siglo comenzó el primer estudio sistemático de los gorilas de montaña.
En la década siguiente Dian Fossey comenzó a estudiarlos en una convivencia de 22 años hasta su brutal y no resuelto asesinato en 1985 casi con certeza a manos de cazadores furtivos. Su aclamado libro “Gorilas en la Niebla” y la película homónima crearon conciencia global sobre los peligros a los que se encontraban expuestos estos animales genéticamente tan próximos a nosotros.
En el Bwindi Impenetrable National Park hay alrededor de 320 gorilas de montaña.
Es un verdadero bosque lluvioso que ostenta la mayor biodiversidad en África. Con una altitud que oscila entre los 1100 y 2600 metros y una vegetación abundante y diversificada, de la que consumen más de cincuenta variedades, es el hábitat ideal para la subespecie.
Para llegar al parque tuve que trasladarme desde Kampala, capital de Uganda, hasta el confín suroccidental del país.
Un poblado con infraestructura muy básica es el punto de partida del trekking. Me guió un guardabosque y acompañó un porteador pigmeo.
La duración de la caminata y búsqueda varía entre una y media y cuatro horas. Si tras seis horas no se encuentra el grupo se debe regresar.
Se rastrea siguiendo la senda que van dejando con sus pesados cuerpos y por la que nunca vuelven a transitar, observando detalles de sus excrementos y de los lechos abandonados.
La senda la evidencia la vegetación aplastada contra la ladera muy inclinada lo que la hace peligrosa para los humanos que no contamos con pies prensiles y que en mi caso provocó un esguince de rodilla que días más tarde me dificultó dolorosamente la escalada al volcán activo Ol Doinyo Lengai.
Los excrementos según su textura y color dan precisiones sobre los desplazamientos.
Los gorilas frecuentemente ingieren sus propias deposiciones.
Los muy rudimentarios lechos que preparan cada noche para echarse a dormir son abandonados a la mañana siguiente cuando por determinación del macho dominante se trasladan entre 500 y 2000 metros hasta otro sitio para alimentarse. Lo hacen en fila india con el lomo plateado en la vanguardia y un adulto en la retaguardia sin cruzar cursos de agua ya que le tienen aversión.
Por suerte antes de las dos horas de rastreo encontramos al grupo Mubare. Lo denunció el movimiento del follaje y ya más cerca algunas de las doce vocalizaciones que utilizan para comunicarse, accesos de tos y estornudos los que se sumaban a dilatadas y sonoras flatulencias.
Está compuesto por ocho miembros: un macho “lomo plateado”,
tres hembras fértiles, dos machos adultos jóvenes y dos crías ya destetadas.
En teoría no hay que acercarse a menos de cinco metros para evitar la posibilidad de contagio de alguna enfermedad humana pero son los gorilas los que habitualmente reducen la distancia. El que se mantuvo en su lugar, sin dejar de comer y con su mirada dudosamente indiferente puesta en nosotros fue Ruhondeza,
el imponente macho dominante de lomo plateado, de un metro ochenta de altura y doscientos kilos de peso. Los demás miembros parecían moverse sin la espontaneidad con la que supongo lo hacen en soledad.
No se debe hablar ni tomar fotografías con flash. Al ser vegetarianos, no muy territoriales y estar medianamente acostumbrados a la visita de humanos no resulta, observando el comportamiento adecuado, peligroso el encuentro.
Las jerarquías están claras pero no se marcan estrictamente. Eso se refleja en la actividad sexual del grupo. No es extraño que un macho joven o uno forastero copulen con alguna hembra incluida la alfa y no despierte una reacción agresiva del macho dominante. Tampoco arrebata éste la comida a los subordinados ni demarca un territorio exclusivo. Maneja el grupo con la mirada
a la que todos están atentos. Es el que se hace cargo de la protección del grupo ante peligros concretos, enfrentando la amenaza con una serie de posturas, actitudes y movimientos como arrojar ramas al aire
y golpearse el pecho emitiendo un grito estremecedor, tal vez el más pavoroso de la naturaleza. Si es abatido por cazadores el desconcierto de la tropa es tal que sus miembros se dejan matar a palazos sin intentar escapar ni defenderse.
Las hembras tienen un ciclo menstrual y un período de gestación similares a los de las mujeres y como ellas están receptivas todo el año por lo que es fácil presenciar cópulas que son espectaculares en movilidad y expresividad.
Tienen unas seis pariciones en su vida fértil distanciadas cuatro años entre sí, los necesarios para que las crías alcancen la autosuficiencia.
A los 15 años de edad los machos comienzan a tener pelos plateados en su lomo. Logran y mantienen el dominio sobre el grupo hasta los cuarenta, altura de la vida en que son retados y desplazados por uno más joven.
Tienen sólo dos depredadores, el leopardo y el hombre. El primero ataca a los jóvenes que se alejan de su grupo y el segundo lo hace para procurar carne o lo que es más preocupante para comerciar, tras matar a las madres, las crías o para fabricar ceniceros con los pies y manos de grandes machos que terminan a cambio de monedas en macabras colecciones.
Aunque el peligro de extinción sigue siendo alto, la acción coordinada de los tres parques nacionales, la divulgación y la toma de conciencia a nivel mundial dieron aliento a la esperanza de seguir contando con estos magníficos y emparentados primates.
Haber compartido esos momentos con ejemplares en libertad y en su medio me hace dudar del criterio que lleva al ser humano a retener animales en cautiverio...sin dejar de reconocer que la mirada inquisidora y penetrante de aquel gorila cautivo fue el desencadenante de este viaje y de muchas reflexiones.
El comentario me hizo acortar al cuento de Cortázar: Axolotl.
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