Marruecos es un país joven, un tercio de su población menor de 15 años y la mitad menor de 25. Esencialmente musulmán está en un proceso de occidentalización más evidente en las grandes ciudades que en las áreas rurales y en el norte más que en el sur. La situación de la mujer está cambiando gracias a nuevas legislaciones que procuran encontrar la forma de no contradecir los textos sagrados del Corán y lograr equiparación de derechos y emancipación. El peso de la tradición es aún un obstáculo que sólo el tiempo minimizará. Es también la tradición la que otorga encanto y misterio a esta tierra. No es fácil “conocer” Marruecos. Tuve la sensación de ir abriendo puertas y corriendo velos para encontrar otras puertas y otros velos tras conjeturar la realidad en dosis homeopáticas. Sin dejar de admirar la majestuosidad de su geografía mi mayor deleite fue observar los gestos y actitudes, tanto corporales como conductuales, de su gente. Es la capital económica del Reino de Marruecos. Con casi 4 millones de habitantes es la más plena imagen del país actual orientado al futuro. Modernista y con condimentos de tradición. Su gente es amable y no está dedicada a embaucar turistas que tampoco abundan. Hasta 1955 y bajo el protectorado francés tuvo el mayor prostíbulo al aire libre del mundo, Bousbir. Un barrio rojo con casi 500 habitaciones planificado para controlar la prostitución y el rédito que generaba. Hoy es un insípido sector urbano periférico y de clase media catalogado como Patrimonio Nacional sin hacer alusión a su pretérita función. Otra curiosidad, la película Casablanca interpretada por Humphrey Bogart nunca pudo ser proyectada en esta ciudad. Estos tres grupos de mujeres se distendían en los alrededores de la Mezquita Hassan II, la más grande del Magreb (el occidente o poniente del Mundo Árabe) y la segunda del mundo después de la de La Meca. Ambas son los monumentos religiosos más grandes del orbe. La construcción insumió una fortuna en materiales y corrupción. Su emplazamiento frente al mar la hace lucir aún más espectacular y ese mismo mar está deteriorando su estructura. Es una de las dos mezquitas en Marruecos que puede ser visitada por no musulmanes. Es la capital política y administrativa de Marruecos. Es a Casablanca lo que Washington a Nueva York. Más pequeña, tranquila y aireada. Todo luce más limpio y ordenado, con un cierto refinamiento. Ostenta un nutrido pasado histórico que se evidencia en sus murallas, necrópolis y en lo que para mi gusto es el más encantador de sus rincones, la Kasbah de los Oudaïa. Es un laberinto de callejuelas enmarcadas por casas pintadas de azul y blanco. Posee un oasis de frescura en el Jardín Andaluz donde capté esta escena en la que el anciano sale de su estado de meditación ante la intempestiva aparición de su mujer. Con sus 600.000 habitantes es la quinta ciudad del Reino. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO creció a la sombra de su vecina Fez. Menos fascinante que ésta es más acogedora y fácil de disfrutar. La población de Meknès, mayoritariamente bereber, vive dentro de la ciudad rodeada por 25 kilómetros de murallas y diseñada a fines del siglo XVII por un tiránico y genial soberano, Mulay Ismail. Tuvo más de 550 esposas, 4000 concubinas y casi 900 hijos varones, ya que a las mujeres las hacía estrangular al nacer. En su mausoleo hay tres fuentes para abluciones, curiosamente una de ellas en la sala de oraciones. En la foto un servidor realizando la limpieza matinal en una de las fuentes de los patios exteriores. Pasear por los zocos de Meknès es asombrarse con un desfile incesante de personajes, con miradas perdidas,
miradas que buscan y miradas que encuentran. De gestos adustos cuando están solos,
iluminan su rostro con una sonrisa franca cuando están en compañía.
Uno de los más conspicuos es el aguatero distintiva y llamativamente ataviado.
Vista desde las cercanas ruinas de Volubilis la urbanización de Moulay Idriss resalta dentro de un entorno natural precioso. Muchos visitantes creen ver desde este lugar la joroba y la cabeza de un camello. Es ciudad santa, la más santa de Marruecos. Peregrinar hasta ella es para los marroquíes de escasos recursos o con limitaciones físicas el equivalente a hacerlo a La Meca. Aquí están enterrados los restos de Moulay Idriss, bisnieto de Mahoma y fundador de Fez y de la primera dinastía musulmana del Magreb, los idrísidas. Convirtió al islam a los bereberes de la región hasta entonces cristianos. Como no musulmán sabía que no podría acceder a la tumba pero igualmente ingresé a la ciudad para apreciar la autenticidad de este enclave rural. Este par de fotografías las tomé almorzando keftas (albóndigas de carne picada especiada asadas y servidas en broquetas) en la calle más inquieta de Moulay Idriss. Un grupo de parroquianos haciendo comentarios, con seguridad tan críticos como pícaros, sobre los ocasionales paseantes
y un repartidor de garrafas de gas a lomo de burro.
Ciudad imperial fascinante y misteriosa. La parte antigua, la medina, llamada Fez-el-Bali, es sin duda la culminación de esas características. En muchos visitantes desprevenidos provoca deseos de salir espantados de ella. No fue lo que provocó en mí afortunadamente. Me hospedé en un riad cercano desde cuya terraza esperé la salida de la luna llena. Cuando planifico un viaje procuro hacer coincidir la llegada al lugar que presumo más cautivante con la luna llena. Elegir Fez fue acertado. Mi primera entrada a la medina fue por la Bab Boujloud, una de las 14 puertas (bab) desde la que parten las dos arterias principales e infinidad de callejuelas que bajan en una suave pendiente. Guiarse por esta pendiente ayuda a no perderse pero hacerlo agregará sorpresas. El minarete de la mezquita Qaraouiyine, el más antiguo del mundo musulmán, es una excelente referencia para orientarse. Recostado sobre uno de sus muros laterales encontré este fiel durmiendo tras la oración y no muy lejos una anciana alimentando gatos ajena al bullicio. La plaza Nejjarine reúne a los artesanos de la madera y luce en su centro una fuente con un tejado de cedro tallado. Una mujer sentada en una de las veredas miraba el juego de sus aguas que parecieron tener un efecto hipnótico sobre ella. La pestilencia también orienta. La que despide la curtiembre Chouara facilita encontrar este colorido lugar donde se elimina los pelos de las pieles, las que luego son remojadas en cubas llenas de excrementos de paloma para pasarlas a continuación a otras con cal. El siguiente paso es el lavado y, por último, el teñido con colorantes naturales. Quedan así listas para el curtido y secado. El espectáculo es muy atrayente durante el lapso que se pueda soportar el olor. La kissaria, el mercado cubierto, es un mundo ajetreado donde la gente compra y se alimenta. Esta mujer alterna su almuerzo con un monólogo que despierta interés en un oyente e incredulidad en otro. El movimiento y los sonidos menguan en los alrededores del mausoleo de Moulay Idriss II, fundador y santo patrón de Fez. Se accede por 7 puertas, todas infranqueables para los no musulmanes. Tuve que fotografiar desde fuera a dos peregrinos que acababan de dejar sus ofrendas
y a otro haciendo abluciones en una de las fuentes. Partiendo de Fez hacia el sur se ingresa en la región del Atlas Medio con espectaculares paisajes distintos a los vistos hasta ese momento del viaje. La ciudad de Ifrane, llamada la Suiza de Marruecos, luce fuera de lugar por su planteo urbanístico, arquitectura y prolijidad centroeuropeos.
Muy cerca comencé a atravesar la Reserva Natural Ifrane con extensos bosques de cedros y miles de macacos de Berbería, el mismo que se introdujo en Europa y se conoce como mono de Gibraltar. Este pueblo aislado situado en las estribaciones de la reserva natural es de campesinos como esta pastora que desde la vera del camino a Azrou vigila su rebaño de ovejas. Las fuentes del uadi Oum-er-Rbia (Madre de la Primavera) son las más espectaculares del sistema hidráulico subterráneo del Atlas Medio. Cuarenta fuentes de agua dulce y siete de salada, la mayor de las cuales desemboca en una estrepitosa y ensordecedora cascada que da origen al río más largo de Marruecos. Es un lugar de turismo para los marroquíes. Varios puestos de venta de comida y bebida precarios en suministros e higiene flanquean el primer tramo de rápidos del río. Para preservar la intimidad de cada grupo de comensales extienden unas sábanas divisorias. Khalla, nuestro conductor e intérprete nos introdujo en la degustación de un almuerzo tradicional, tagine y té. El tagine es el plato más extendido y omnipresente que se sirve entre la entrada, ensalada, y el cuscús. Hay infinidad de variedades de tagine a base de verduras, frutas, carne, pescado o pollo. Toma el nombre de la cazuela de barro esmaltada con una tapa cónica que se utiliza para la cocción a fuego lento con brasas, para servir y para conservar el plato caliente. Unos centenares metros río abajo las aguas se calman y el remanso es aprovechado por esta mujer para lavar ropa.
Hay un par de puestos en los que se vende artesanía, particularmente coloridos tejidos. Esta ciudad del Atlas Medio está construida sobre el río Oum-er-Rbia. De población bereber tiene un aire provinciano. Por el color de sus construcciones y de su tierra se la considera la “otra ciudad roja”. Marrakesh es llamada “Ciudad Roja”. Llegué a media mañana y al mediodía, agobiante y caluroso, decidí almorzar en un restaurante con mesas en la vereda. En una mesa contigua un parroquiano comía con su mano derecha, como es la norma en el mundo musulmán. En un momento un peatón se paró junto a su mesa y tras un breve diálogo comenzó a tomar puñados de la comida. No parecían conocerse ni hubo una reacción del que estaba sentado. Tras varios bocados se retiró con una indiferencia similar a la que acompañó su aparición. Escenas similares volví a ver en el resto del viaje, por lo que deduje que se trata de una costumbre con asomos de altruismo. Y no fue la única experiencia aleccionadora en ese mediodía. Observé que había una mesa casi sobre la calle sin comensales y con un plato con pollo y cuscús. Silenciosamente se sentó un indigente, comió parte de la comida y se retiró. No había transcurrido un minuto cuando apareció otro que sin sentarse siquiera comió otra parte sin llegar a terminar de consumir lo que había en el plato. Intrigado seguí observando y vi que el camarero depositaba en ese plato los restos no consumidos por otros clientes más alguna ración que traía de la cocina. La idea me pareció genial y la solidaridad llamativa, pero lo más enriquecedor fue la actitud de los personajes menesterosos que no comían hasta la saciedad sino que dejaban parte para que al siguiente no le falte. Atravesé el Alto Atlas por el valle del río Ziz. A la vera del camino vi un grupo de mujeres bereberes lavando ropa. Sabiendo la reticencia que manifiestan las campesinas cuando uno pretende fotografiarlas me acerqué aprovechando la vegetación que pronto se acabó y quedé expuesto. Hubo en algunas reacciones de reserva, luego risas generalizadas y por último una de ellas con su torso desnudo se exhibió intencionadamente entrando fugazmente en un juego prohibido En años de recorrer países musulmanes jamás viví una experiencia semejante y ciertamente no se repetirá en viajes venideros. Las Fuentes Azules de Meski es un lugar de descanso creado por la Legión Extranjera francesa. Construyeron una gran piscina dentro de un exuberante palmeral que se nutre de las aguas que brotan de una gruta cercana. El Meski Ksar, en estado ruinoso, domina el entorno. Es muy frecuentado por los marroquíes y se está intentando incluirlo dentro de los circuitos turísticos para lo que tendrán que cobrar entrada, actualmente es gratuito, para reducir la enorme cantidad de público y mejorar la prestación del restaurante, hoy deplorable. El bullicio de los bañistas era excesivo pero capté un par de escenas de madres que en silencio descansaban sin dejar de estar atentas a sus hijos. Hoy Rissani es una pequeña ciudad que poco deja entrever de lo que fue su pasado de gloria. En el siglo VII llegaron los árabes y tomaron el control de las rutas caravaneras. Desde el sur se transportaba oro, marfil y esclavos; el norte enviaba productos manufacturados, perlas, tejidos y metales. Las caravanas que tras recolectar placas de sal en las salinas de Theghazza para comercializarlas en Tombouctou a dos meses de marcha repostaban en Rissani. Es la primera ciudad imperial de la historia de Marruecos, cuna de la dinastía alauita, a la que pertenece la familia real actualmente en el poder. Llegué un jueves, día de mercado. Mucha gente y centenares de burros. Tiene un ritmo distinto, tranquilo. Se nota la predominancia de población árabe. Las mujeres van mayormente envueltas en un haïk negro con ornamentos de vivos colores y algunas se cubren el rostro con el hijab (velo). Como en todos los mercados de los oasis están presentes los que se dedican a oficios manuales, desde alfareros a herreros, pasando por los que trenzan alfombras apostados en sectores diferenciados de los que venden comestibles y enseres. Típica población de oasis al pie de unas dunas impresionantes de llamativos y cambiantes colores de acuerdo a la incidencia de los rayos solares. Según los locales en este lugar comienza el Sahara. Gracias a un ingenioso sistema de riego llamado khetarra construido hace más de un siglo cultivan durante todo el año. Los marroquíes vienen a Merzouga a tomar baños de arena terapéuticos. La eficacia de los mismos, particularmente en algunas afecciones reumáticas, estriba en estar no menos de una hora enterrado en la arena. Después de descansar y refrescarme en la piscina del hotel lindante con el desierto partí en camello en una travesía que iba más allá de las dunas al Erg Chebbi.
La travesía hacia el este comenzó al atardecer. Cada tanto debía parar la marcha del camello para apreciar la evolución de la caída del sol guiándome por mi sombra dibujada en la arena rojiza.
Tras un par de horas arribamos a una jaima, tienda bereber, donde pasamos la noche. A pesar del marcado descenso de la temperatura por la noche preferí dormir fuera después de una cena y una sobremesa con música tradicional. Con las primeras luces trepé a una duna alta para ver el amanecer sobre la hamada (desierto pedregoso) de Guir que separa Marruecos de la muy cercana Argelia. Nubes residuales de una tormenta de arena le quitaron espectacularidad a la salida del sol. En un momento del regreso el camellero se apartó unos metros y dando un salto de predador excavó con rápidos movimientos el flanco de una duna guiado vaya uno a saber por qué indicio, y extrajo una salamandra del desierto. Me invitó a tomarla. Su piel era de una extraña textura. Es una aldea situada al sur de Merzouga habitada por bereberes, árabes y gnaouas que son los descendientes de esclavos de tribus subsaharianas, de Mali, Senegal y Sudán. Mayoritariamente son de la tribu bambara. En la Dar Gnaoua (Casa Gnaoua) dan hospedaje y el Groupe des Bambaras ejecuta música gnaoua. Son cantos acompañados por laúdes (hajhouj), castañuelas dobles de metal (qraqeb) y tambores (ganga).
Una música nada fácil para oídos no habituados que ejecutan en ceremonias, curaciones y para entrar en trance.
El oasis de Ferkla muestra una gran cantidad de ksur (plural de ksar, nombre árabe de las ciudadelas fortificadas de adobe). El más importante es el ksar El Khorbat de mediados del siglo XIX, hoy en fase de restauración. Posee un valor arquitectónico muy especial debido a la estructura de sus calles cubiertas con pozos de luz en sus cruces en ángulo recto. El ambiente es silencioso y la procedencia de
los pocos sonidos y voces es difícil de determinar. Las apariciones y desapariciones sigilosas de sus habitantes hacen fantasmagórico el ambiente. En su interior se encuentra el imperdible Museo de los Oasis, con una veintena de salas que exponen los diferentes aspectos de la vida de los bereberes. Son las más espectaculares del Alto Atlas. Recortadas en la capa calcárea sus altas paredes sólo están separadas unas decenas de metros ocupadas por el río y una estrecha carretera. Es lugar de reunión y descanso. Eran horas del mediodía y familias y grupos almorzaban en las orillas rocosas.
En un pequeño montículo de piedras en medio del curso de agua un hombre meditaba. Lo observé durante la meditación y me pareció estar ante un hinduista en Cachemira. Luego se sirvió un té siempre inmerso en su mundo minimizado. Este macizo que culmina con una cima de 2712 metros está formado por negras rocas del precámbrico que captan extrañamente la luz y ponen en escena paisajes irreales. Lo crucé por un paso a 2200 metros, el Tizi-n-Tazazert, desde el cual se tiene la sensación de quedar sin aliento viendo tanta majestuosidad. La presencia humana es casi nula. Sólo vi un grupo de mujeres caminando hacia una aislada construcción de adobe y una madre con su hija que se acercaron curiosas e interesadas en vender alguna artesanía.
Ya en el tramo final del descenso del macizo por un mal camino que serpenteaba entre paisajes de otro mundo llegué a este caserío que me sirvió para reponer fuerzas. Una hospitalaria familia preparó un tagine y bebida fresca. El cuarto era muy austero, de piso de tierra cubierto por una alfombra, paredes encaladas hace tiempo y sin ornamentos y una pequeña ventana enrejada que dejaba entrar la luz intensa del mediodía que moría en el suelo sin reflejo en una lucha infructuosa contra la firme penumbra del ambiente. Fumaba mi pipa de sobremesa cuando vi que una sombra se dibujaba en la alfombra. Una hermosa niña miraba asombrada desde el exterior tomada de la reja. Mi pipa en nada se parece a las pipas de agua utilizadas en el Magreb. Tomé esta fotografía cuando seguía con absorta mirada la incierta trayectoria de un anillo de humo de tabaco. Entre las rocas del Djebel Sarhro y las arenas del Valle del Draa se encuentra esta pequeña ciudad de casas de adobe y una cuarentena de kasbahs, casas fortificadas pertenecientes a los líderes del lugar, símbolos de poder y riqueza. El mayor encanto está en sus polvorientas callejuelas y en su gente. El calor era agobiante y algo extraño se respiraba. Un hombre sentado en el suelo miraba hacia el oeste con cara de saber qué se aproximaba. Seguí su mirada y vi como una tormenta de arena se acercaba velozmente a N´Kob. En segundos todos corrían a guarecerse. Mucha basura y algunos carteles volaban
amenazando la integridad física de los pobladores y de este visitante. A los pocos minutos volvió la calma y la gente a sentarse en el suelo y a caminar con el letargo habitual. Al amanecer subí a la terraza de la kasbah donde pasé la noche para disfrutar del entorno ya con la atmósfera diáfana. Los primeros rayos de sol iluminaban el palmeral y la mezquita e intentaban vanamente despertar a un joven que dormía en los techos. Unas mujeres horneaban pan para el desayuno
y otra ventilaba las alfombras.
El río Draa nace en el Atlas. Después de abandonar ese primero y tortuoso tramo se tranquiliza y recorriendo el valle riega 200 kilómetros de oasis. Esta ciudad de 35.000 habitantes es una de las más activas del valle del Draa y su urbanización refleja el crecimiento que experimentó en los últimos años. Es conocida por tener un legendario cartel “Tombouctou 52 jours”, como referencia a la duración del desplazamiento de las caravanas hasta esa misteriosa población en la actual Mali. Trascribo el texto en castellano que acompaña al cartel: “Este cartel es un testimonio del papel estratégico que desempeñaba la región de Draa durante el siglo XVI como etapa para las caravanas comerciales entre Marruecos y el África subsahariano. Los intercambios comerciales, prósperos entre ued Draa y Tombuctu a lo largo de este período, hicieron de Marruecos un intermediario comercial entre África y Europa. También las dinastías que reinaban en Marruecos se empeñaban en garantizar la seguridad de las caravanas comerciales. Esta situación convirtió a la región de ued Draa en un centro aduanero para recoger los derechos aduaneros generados por este comercio, y dio lugar a cambios económicos, sociales y políticos que desempeñaron un gran papel en el desarrollo de la región”
Este par de pobladores comenzó una dilatada ceremonia de despedida tras estar largo rato observando el movimiento que rodeaba al gran zoco. Salí de Zagora hacia el noroeste recorriendo el valle y sus palmerales y más adelante atravesando el desfiladero de Azlag para arribar a Afortunadamente era día de mercado, de un auténtico mercado de oasis. La mecánica de las transacciones es distinta, a los gritos y la mercadería a granel. La piel de gran parte de los habitantes del valle es más oscura. Son los harratine, los primeros que poblaron los oasis cuando el Sahara se desecó.
Unos kilómetros antes de llegar a Agdz se encuentra el ksar de Tamnougalt, imponente a pesar del abandono, sobre una colina desde donde se domina un exuberante palmeral. Caminar entre las palmeras datileras es muy relajante. Trabajos y desplazamientos se hacen sin motores, sólo con caballo, burro o bicicleta. La mano de obra está en manos de jóvenes y niños que con sus carcajadas rompen el silencio imperante. Abandoné la región de los oasis y palmerales para dirigirme a Marrakesh, destino final de este viaje. Antes de enfrentar y cruzar nuevamente el Alto Atlas visité el ksar mejor conservado del sur marroquí, el de Las obras de restauración de este Patrimonio de la Humanidad controladas por la UNESCO se centran en reparar el deterioro que provocaron en los últimos años las lluvias torrenciales en su estructura de tierra y cañas y en borrar las escenografías montadas por grandes realizadores cinematográficos como Robert Aldrich (Sodoma y Gomorra) y Oliver Stone (Alexander). En las terrazas de sus varias decenas de kasbahs anidan incontables cigüeñas pero sólo viven 10 familias de pobladores. Lo hacen en algunos oscuros recintos de una imponente estructura que cubre una colina como pude apreciar al amanecer desde la terraza de la casa de huéspedes al otro lado del uadi. Flanqueado por vistosas formaciones rocosas crucé el Col du Tichka para entrar en una zona de plantaciones de argán y de cooperativas que se dedican a la elaboración artesanal de “huile d´argane”, el aceite más caro del mundo.
Utilizado desde hace siglos por los bereberes como alimento y cosmético, las investigaciones sobre sus extraordinarias propiedades lo han hecho trascender internacionalmente y se exporta a valores altísimos tanto para la comercialización farmacéutica como para la gastronomía gourmet. Una mínima parte de ese rédito queda en manos de los campesinos que rompen, muelen, exprimen y destilan manualmente los frutos del argán, hecho que sumado a lo tedioso y repetitivo del proceso justifica las caras ausentes y poco expresivas de las trabajadoras. Dejé esta ciudad como broche final del viaje. Sabía que la primera impresión que todos tienen es la de una ciudad deformada por el turismo y que el descubrir sus encantos desmerecería la misma. Tuve esa primera impresión que no difirió demasiado de la que finalmente me llevé. No me sedujo, seguramente porque ya cargaba con una miríada de imágenes y sensaciones plenas de autenticidad tras semanas de recorrer Marruecos. Habría sido más acertado comenzar el viaje en Marrakesh y no finalizarlo. Su medina es la más extensa del Magreb (600 ha) y alberga al 20% de la población. La famosa plaza Jemma-el-Fna es su eje y barrio más animado durante todo el día. Es peatonal y centro de reunión hacia la puesta del sol de los más variados espectáculos, desde músicos hasta encantadores de serpientes, todos abocados a sacar dinero a los turistas. Se suma el griterío de los que venden jugos de fruta y los conductores de calesas. Está enmarcada por zocos rebosantes de baratijas de dudosa procedencia y con un ambiente de magia diluida
y por el minarete de la Koutoubia, que por su sencilla exquisitez de formas y equilibrio de sus proporciones está considerado como uno de los monumentos más bellos del norte de África.
Atravesando los zocos muy adaptados a los turistas se llega al Museo de Marrakesh. Está en el Palacio Dar M´Nebhi delicadamente decorado. Las salas de exposición rodean un gran patio y exhiben utensilios,
joyas, alfombras y vestimentas bereberes. Muy cerca está la Madrassa Ben Youssef. De arquitectura árabe-andaluza es de planteo sencillo y decoración refinada. Esta escuela coránica albergaba hasta 900 alumnos que se apiñaban en un centenar de celdas. Un refrescante estanque en el centro del gran patio serena y armoniza el lugar.
Este sector de la medina está más cuidado y puede sorprender con
delicadas composiciones arquitectónico-decorativas. La avenida Mohammed V une la medina a Guéliz, la ciudad nueva, creada en tiempos del protectorado francés fuera de las murallas. Aquí se encuentran las sedes de grandes empresas, tiendas de lujo, librerías (donde pude comprar libros de comida tradicional marroquí) y elegantes cafés.
El Jardín Majorelle es el rincón imperdible de Guéliz. De acotadas dimensiones alberga el estudio, hoy museo, del pintor Jacques Majorelle que hace más de ocho décadas vivió aquí para tratar su tuberculosis. Tras su muerte Ives Saint Laurent compró y reformó el lugar. La exuberante vegetación, básicamente enorme variedad de cactus y bambúes, contrasta con los colores estridentes,
azul Majorelle en las construcciones y un amarillo indescriptible en los macetones.
y un sobrio monumento lo recuerda.
La austeridad del adobe y el refinamiento del mosaico, el bullicio de los zocos y el silencio de las mezquitas y las madrazas, el caluroso agobio del desierto y la frescura de los palmerales, la luz meridiana y la sombra de los ksur. Contrastes no faltan en Marruecos, y se mezclan en un cóctel sabroso y embriagante que bate su gente y supera toda expectativa.
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